Desde el tierno beso que anhela al amado, a la loca pasión que aprisiona sin límites, desde la verdad del amor, a la amplitud de posibilidades infinitas que proporciona la pasión; desde la cordura del amor sereno, a la pérdida de la razón durante el éxtasis amatorio... un poema es capaz de realizar un recorrido frenético por los núcleos más elementales de la amatoria humana.
Las palabras que nacen del amante hablan desde el polo activo de la relación amorosa entre dos personas, exigiendo una reciprocidad cuando menos justa, ante lo que el amante es capaz de ofrecer.
Así el juego creador que se despliega bellamente en este ámbito, nos enseña intuitivamente los caminos de la estructura sentimental fundamental del ser humano.
La fuerza primordial del poema reside germinalmente en la actividad constante desde la que habla, una actividad que al mismo tiempo se muestra respetuosa y paciente, a la espera de que la pasión expresada le sea devuelta. Se empieza con un sentimiento y se termina con una apelación, y entre medio múltiples caricias, un fuego que no cesa, y la exigencia de la locura... y más al medio aún, entre medio, todo un acto amoroso que se interna apasionadamente en el deseo... deseo de ser correspondido en la locura serena del amor.
Exige tanto la lectura profunda y la recepción auténtica de un poema -desde luego no menos de lo que aporta-, que incluso exige al lector que sienta los indicios del cosquilleo que impulsó al autor a moldear tales versos, y al buen lector, seguro que esta circunstancia no se le escapa.
Las palabras que nacen del amante hablan desde el polo activo de la relación amorosa entre dos personas, exigiendo una reciprocidad cuando menos justa, ante lo que el amante es capaz de ofrecer.
Así el juego creador que se despliega bellamente en este ámbito, nos enseña intuitivamente los caminos de la estructura sentimental fundamental del ser humano.
La fuerza primordial del poema reside germinalmente en la actividad constante desde la que habla, una actividad que al mismo tiempo se muestra respetuosa y paciente, a la espera de que la pasión expresada le sea devuelta. Se empieza con un sentimiento y se termina con una apelación, y entre medio múltiples caricias, un fuego que no cesa, y la exigencia de la locura... y más al medio aún, entre medio, todo un acto amoroso que se interna apasionadamente en el deseo... deseo de ser correspondido en la locura serena del amor.
Exige tanto la lectura profunda y la recepción auténtica de un poema -desde luego no menos de lo que aporta-, que incluso exige al lector que sienta los indicios del cosquilleo que impulsó al autor a moldear tales versos, y al buen lector, seguro que esta circunstancia no se le escapa.