
Cuando somos objeto de una mirada sugerente sentimos la atracción del misterio, la sensación de ser contemplados por una atención dirigida que oculta algo mientras nos invita a lo desconocido… y no podemos dejar de reconocer que lo desconocido se muestra maravillosamente atractivo para el ser humano.
Somos así… nos atrae “aquello” que todavía no conocemos y efectivamente, una mirada sugerente conlleva en su ejecución una gran dosis de misticismo.
En el caso de la expresión corporal sucede lo mismo. Una expresión sugerente atrae mucho más que una expresión rotunda. Con su manifestar implícito, la sugerencia deja abierto el camino a todo un universo de posibilidades, mientras que lo explícito no se guarda nada para sí, lo ofrece todo, agotando en su expresión las posibilidades de interpretación de aquello que se nos tiene que entregar. Queramos o no, nos interesa mucho más lo que se insinúa y no se muestra, que lo que se manifiesta a las claras…