
La verdad siempre ha sido uno de los grandes campos de batalla para el pensamiento humano. A lo largo de los siglos se han desarrollado diversas e interesantes maneras de aproximación a la verdad. Personalmente, la consideración heideggeriana del asunto siempre me ha parecido una manera muy acertada de acercarse a la misma. En su obra cumbre,
Ser y tiempo (1927), el maestro alemán exponía inicialmente su concepto de verdad como “desocultación” y allí nos explicaba que la verdad es
desvelamiento. Según Heidegger, hay que ir desnudando lo real hasta llegar a su esencia.
Este concepto piensa la verdad como algo profundo, como un “fenómeno” que se encuentra oculto entre una serie de velos que hay que ir quitando de en medio. Pero si la verdad es esencial a la existencia misma, ¿por qué cuesta tanto encontrarla?
Si pensamos que la verdad emana del ser y el ser es lo que nos hace estar de una determinada manera, ¿por qué cuesta tanto esfuerzo alcanzar la verdad? La verdad de las cosas tendría que presentarse inmediatamente en cualquier circunstancia sin más. Las cosas son porque son verdad, y la falsedad y el error residen únicamente en la capacidad humana de juzgar. ¿Por qué entonces solemos tropezar constantemente con el error? Al parecer la capacidad humana de juzgar, suele jugar malas pasadas en el desesperado intento por alcanzar la verdad, poniendo incluso más trabas de las que debiera.
Del mismo modo que Heidegger, pero desde el ámbito de la creación plástica, el divino Miguel Ángel sostenía que la tarea del escultor consistía básicamente en quitar, en desnudar el bloque de mármol hasta alcanzar la desnudez plena de la figura. Véase, por ejemplo, el David.
En definitiva, pues, de un modo u otro, os quiero hacer llegar la idea de que la verdad está más cerca de lo que pensamos y sin embargo seguimos sin ser capaces de alcanzarla.
¿Qué pensáis al respecto?